miércoles, 26 de diciembre de 2012

A propósito de unos villancicos de Navidad


En el Archivo de la Catedral de Sevilla encontré hace años estos sencillos y raciales villancico de Navidad que se cantaron en la Colegiata de Jerez en 1757. Guardan cierta semejanza con los de Sor Juana Inés de la Cruz, o al menos a mí me lo parece, no sé qué opinará el querido lector.

Cecilio Pla. A la Misa del Gallo.


Hoy al Portal de Belén
de varias flores cargado
y para festejar al Niño
llega un zagalejo gitano.

Veamos, veamos
qué flores hermosas
las que trae el gitano.

Al Portal en esta noche
no han venido las gitanas
y no habrá buen villancico
si las gitanillas faltan.

Resuenen, toquen
en su festivo aplauso
flautas y albogues.


* * *

Aparta zagal
afuera pastor
que siguiendo voy el son del tambor
que me gusta mucho
su tron torro ro tron tron.

Aparta zagal
afuera pastor
que sigo la Estrella
siguiendo al tambor
a ver soy soldado
porque mi valor
se inquieta al oír
el tron torro ro tron tron.

Y adonde la raza sienta su valor
en la bandera del Rey
ha de ser si quiere Dios
que es un regimiento
de mucho valor.

Y que toque el tambor
que me gusta mucho
su tron torro ro tron tron-

* * *

Aunque siempre fui gitana
castellana debo ser
hágalo el Rey Niño
con su mucho poder

que la Estrella venga
a anunciar este día
y vaya el adelanto de tanta maravilla
Dale al pandero.
Dale.
Suenen las sonajas.
Suenen.
Y veamos la Estrella
de nuestra esperanza.


Se trata de piezas anónimas de las que por el contrario conocemos que “los coros fueron de Isabel Montoya, autora de danzas que vive en el corralillo de San Miguel, y se representan en muchas casas de la nobleza de esta Ciudad”, según aparece escrito al calce en el manuscrito.

Estos villancicos en lengua vernácula permanecieron en España fuertemente enraizados en la liturgia de la Iglesia desde el siglo XV, siendo frecuente que los compusiesen los propios maestros de capilla catedralicios. Solían cantarse en los maitines de las fiestas principales, y tenían una finalidad ciertamente festiva y popular, que alcanzaba su cenit con los teatrillos que se representaban en el coro.

En la catedral de Sevilla sabemos que éstos últimos concluyeron cuando en 1549 los capitulares acordaron que “se prohibiese la celebración de farsa y representación en el templo la noche de Navidad” permitiendo tan sólo la cantoría de devoción, con numerosos villancicos de los que algunos se repetían la Noche de Reyes, con un realejo que se ubicaba a tal fin en el trascoro.



También se cantaban villancicos en las nocturnas misas de aguinaldo previas a Navidad, de las que en el siglo XVIII se quejaba el canónigo cordobés Diego Días de Escobar pues “so color de devoción del pueblo, de cuyos concursos en aquella hora se originan muchos desacatos, irreverencias y deshonestidades, se añade que en los coros se juntan seglares con instrumentos ridículos cantando romances y coplas ilícitas causando en el concurso más inquietud que devoción, de que hay grandísima necesidad de remedio”. Añadiendo que en fiestas particulares de parroquias y conventos, era frecuente que en la Misa solemne, se prosiguiese privadamente desde el ofertorio hasta la postcomunión, y durante ese tiempo cantasen en el coro coplas y villancicos en vulgar “atrayendo con ellos las atenciones de los circunstantes más a lo que se canta que a la Misa que asisten”. En las vísperas de esas mismas fiestas, concluye, se sustituye “el himno por un romance y en lugar del salmo, un villancico, cosa que totalmente se opone al uso romano”.

Qué duda cabe de que efectivamente tal abuso era contrario al uso romano, como alegaba el canónigo Días, es más, se oponía incluso a la propia esencia de la liturgia, que exige orar con palabras canónicamente inspiradas, pero también pone de manifiesto que esa liturgia antigua completamente normalizada y uniformada para toda la cristiandad de rito romano es más un producto del siglo XIX y de nuestra propia idealización que una realidad histórica, que había mucho de proteico en la inmutable liturgia de siempre.

Feliz tiempo de Navidad


domingo, 23 de diciembre de 2012

El teléfono llega a Viella


En la década de 1920, Viella era una pequeña población ilerdense de apenas 750 habitantes, para los que la llegada del teléfono constituyó, como el querido lector habrá ya supuesto, el fin de su capitalino aislamiento en el Valle de Arán y, en definitiva, una mejora importantísima. De la bendición de las líneas existen expresivas fotografías en la fototeca de la Fundación Telefónica que nos evocan la antaño dura vida de nuestros pueblos, pero también la fe profunda y sincera de sus habitantes, que organizaron una procesión cívico religiosa para agradecer a Dios este milagro de la comunicación.







miércoles, 19 de diciembre de 2012

A ver si me inspiro con este decreto...


Georges Croegaert (I)



Esta pintura es obra del pintor amberino Georges Croegaert (1848-1923), pero desconozco su título, así que me he inventado el de arriba. A ver si algún querido lector nos proporciona el de verdad.

lunes, 3 de diciembre de 2012

La primera venida a España del brazo de San Francisco Javier

A mis amigos Javier Jiménez López de Eguileta y fray Xavier Català Sellés, por su santo. 

En 1922, con motivo de los trescientos años de la canonización de San Francisco Javier, vino a España por primera vez la reliquia de uno de sus brazos, la que el querido lector seguramente ha venerado cuando ha visitado en Roma la Iglesia del Santísimo Nombre de Jesús en la Argentina.



De aquella ocasión existe un considerable número de fotografías, de las que traemos aquí sólo una selección de las más representativas. Las hemos querido acompañar con la rica crónica que, treinta años después del histórico y devoto acontecimiento, escribiese, bajo el pseudónimo de Tiburcio de Okabío, el catolicísimo carlista navarro -valga la triple redundancia- Ignacio Baleztena Azcárate. La publicó en el Diario de Navarra, pero nosotros la hemos tomado más cómodamente del ejemplar blog que en memoria de su padre mantiene su hijo Javier. La riqueza de detalles en la narración y el patriotismo subyacente, sanamente unido a una religiosidad sincera, muestran algo que, a quienes nos  toca vivir en esta árida postcristiandad, no puede menos que alimentarnos la nostalgia de un paraíso perdido: el entusiasmo y la emoción de una España que de verdad creía en Dios.

Parece que fue ayer, y como quien nada dice, han transcurrido treinta años desde que por primera vez visitó la tierra de sus mayores, el brazo milagroso de nuestro glorioso patrono San Francisco Javier.

Era el 8 de mayo de 1922, cuando, a eso de las cinco y media de la tarde, atravesó la frontera navarra la Santa Reliquia, acompañada de la representación de la Excma. Diputación de Navarra, compuesta de su señor Presidente don Lorenzo Oroz y del diputado de la merindad de Pamplona don Ignacio Baleztena, que había ido a Roma para traerla, y de gran número de navarros que salieron a Bayona para tener el alto honor de acompañarla, desde esta ciudad hasta Roncesvalles. En Valcarlos la esperaban las autoridades civiles y eclesiásticas presididas por el Emmo. Sr. Cardenal Benlloch, a quien tanto debe Navarra, pues gracias a su entusiasmo y gestiones se pudo conseguir, no sin vencer muchas dificultades, que el brazo del Santo Apóstol Navarro, viniera a bendecir la tierra que le vio nacer.



El padre Valdexasas de la Compañía de Jesús, portador del brazo desde Roma, hizo entrega del mismo al Excmo. Sr. Cardenal. Y después de levantada acta, a petición del Sr. Párroco de Valcarlos, se dio a adorar la reliquia en la parroquia de la villa. No creo que jamás haya Valcarlos vibrado de entusiasmo, en todo el transcurso de la historia, como lo hizo el día 8 de mayo de hace treinta años.

Después de la bendición se organizó la comitiva, que salió de Valcarlos a las siete y media, y al llegar a Roncesvalles, salieron a recibirla el Ilmo. Cabildo de su Colegiata, todo el pueblo de Burguete y Roncesvalles y un sin número de gentes de los pueblos y valles limítrofes. El entusiasmo fue sencillamente delirante. A la mañana siguiente, a las diez, se celebró en la iglesia colegial, y ante el altar de Santa María, una solemne misa mayor, a la que asistió de medio pontifical el eminentísimo cardenal Benlloch, el obispo de Pamplona y el dimisionario de Oviedo, el Ilmo. Sr. Baztán.



Fue tal el gentío que acudió al piadoso acto, que a gran parte de él fue imposible penetrar en la iglesia, quedando, por lo tanto, sin poder escuchar el elocuente sermón del señor cardenal que versó sobre la ceremonia del bautismo.

Los valles de Arce y Erro, presididos por sus alcalde y cabildos, vinieron en masa a Roncesvalles, y según aseguraban los vecinos de Burguete, nunca se había visto desfilar tan gran número de cruceros. Este desfile fue la nota simpática y emotiva de aquel inolvidable acto religioso patriótico.

A continuación, y durante toda la mañana, se dio a adorar la santa reliquia, y después de comer, a las tres de la tarde, seguido de 42 automóviles de Pamplona, salió el santo brazo dejando en su paso por los pueblos del tránsito semilla de entusiasmo y lealtad, traducidos en años sucesivos en un enorme fomento de vocaciones que pudo salvar a España en el momento más crítico, tal vez, de su historia.

El paso por Aoiz, Arroz, Huarte, Villava y Burlada fue sublimemente apoteósico. En Huarte estuvo a punto de ocurrir un accidente catastrófico, pues en el estrepitoso coheteo general, el entusiasta navarro e ilustre patricio don Ignacio Yoldi, que desde el balcón de su casa, rodeado de familiares y amigos, lanzaba vivas y disparaba cohetes gastando una fortuna en humo, chisporroteo y horrísonos estampidos, al cebar un volador, con más entusiasmo que práctica, lo hizo con tan poco tino que vino a estallar a un palmo del alucinante tubo del entonces gallardo diputado de la merindad de Pamplona. El tubo salió un tanto chamuscado. El diputado, gracias a Dios, indemne, que si llega a salir descalabrado ¡menuda economía que le supone al estado! La supresión, nada menos, de una familia de las más nutridas cartillas de familias numerosas.



En Pamplona, ya para las primeras horas de la tarde, la animación era extraordinaria; todos los balcones lucieron colgaduras y luminarias, los gigantes y cabezudos salieron a recoger el regocijo infantil para ofrendárselo al Santo patrono de Navarra, una compañía de soldados, las músicas de los regimientos y la Pamplonesa se colocaron en puntos estratégicos, el vecindario en masa y gran número de forasteros se apretujaban en balcones y trayecto de San Ignacio a San Nicolás, y cuando apareció la comitiva, bombas, voladores, chupinazos, campaneo, músicas, gaitas armaron ese caótico bureo tan pamplonés, que sólo los tímpanos de nuestra tierra son capaces de escuchar sin peligro a desgarrarse, y constituyen el concierto más grato a los oídos de San Fermín cuando entra su imagen en la catedral; en esta ocasión no cabe duda, que pasó lo mismo a su paisano Javier. ¡Cómo se la debieron los dos gozar cuando abrazados la escucharon en el cielo!

Allá fue adorado por las autoridades civiles y militares, y acto seguido, a las siete y media, salió la procesión recorriendo las calles: Paseo de Valencia, Plaza del Castillo, Chapitela, Dña. Blanca de Navarra y Curia, para terminar en la catedral. La procesión se organizó de la misma forma que la del Corpus.

Digno remate de esta manifestación patriótica religiosa, fue el acto final realizado en la catedral, que se vió invadida por una multitud, que, después de llenar todas sus naves, tuvo gran parte de ella que detenerse en la parte exterior desde donde, descubierta y en el mayor silencio, recibió la bendición solemne, con lo que terminó el acto.

Y ya, desde entonces, los actos en honor del santo apóstol navarro se fueron sucediendo sin interrupción en medio del mayor entusiasmo. Todos los pueblos querían tener el honor de recibir el sagrado brazo y fue necesario organizar una serie de visitas a los puntos principales donde podría reunirse el mayor número de pueblos circunvecinos.

Las fiestas culminaron con la gran peregrinación a Javier y los grandes festejos celebrados en la capital, que duraron del día 20 al 25, terminando con aquella magnífica procesión a la que asistieron todos los ayuntamientos con sus banderas y cruces parroquiales de Navarra, y por no faltar nada, hasta hubo el día 25 una gran corrida de toros con su correspondiente encierro, en la que lidiaron seis boyarrones de la ganadería de Díaz los afamados espadas Joselito Martín, Valencia I y Emilio Méndez.

A la izquierda, con boina, el autor de la crónica.
Siguió durante el día músicas a todo pasto a cargo de varias bandas de la región, y fuegos, y zezenzusko hasta hartarse. En fin, que no se tuvo que envidiar a las fiestas religiosas y profanas celebradas en el año 1622, cuando la ciudad de Pamplona celebró la canonización de Xavier, con solemnes funciones religiosas y magníficas funciones de toros y torneos, de los que tal vez me ocupe algún día.


domingo, 28 de octubre de 2012

Octubre, mes del Rosario (y III)


Tratábamos el otro día de los obispos dominicos que portaban la cruz pectoral pendiente de un rosario y ahora pienso que acaso pudiera ser derivación más o menos directa del modo que tenían de llevar este instrumento de oración los dominicos de la América hispana. Los frailes de estos países, en lugar de tener el rosario sujeto al cinto, lo llevaron siempre sobre la esclavina, hasta que paulatinamente fueron abandonando esta práctica y conformándola con el uso común.

Desde san Martín de Porres en el Perú del siglo XVII, hasta san Melchor de Quirós en las Filipinas del XIX hay testimonios iconográficos que parecen constatar que este uso era común a todos los dominicos en tierra de misión.


San Martín de Porres en su enfermería. Grabado limeño del siglo XVII.

Verdadero retrato de san Martín de Porres del monasterio de dominicas de Santa Rosa en Lima

San Melchor de Quirós

También el capuchino fray Francisco de Ajofrín da testimonio de la existencia de este modo de llevar el rosario por parte de los dominicos de Nueva España durante el siglo XVIII, sin embargo, no he podido encontrar documento gráfico con el que ilustrarlo, a ver si algún querido lector nos la puede proporcionar. De Chile tenemos el testimonio de la fotografía con que encabezamos el tema, así como ésta que aquí sigue de Fray Domingo de Aracena († 1874).



Fray Domingo de Aracena

Del virreinato de Nueva Granada, actual Colombia, hemos encontrado esta limitada ilustración de Fray Luis María Téllez, que pese a su escasa definición, permite constatar como un uso que, según nos informan, en aquellas tierras llegó hasta los años previos al último concilio ecuménico, hunde sus raíces al menos hasta el siglo XVIII.

Fray Luis María Téllez

Por último, cabe advertir este modo de llevar el rosario en algunas representaciones pictóricas de santa Rosa de Lima, lo que da a entender que debió de ser habitual en la rama femenina de la Orden de Predicadores allí donde los frailes así lo portaban.

Claudio Coello. Santa Rosa de Lima. Museo del Prado.



martes, 16 de octubre de 2012

Octubre, mes del Rosario (II)

Un querido lector me informa de que el venerable don José María García Lahiguera (1903-1989) también adoptó la costumbre que vimos ayer en algunos prelados dominicos, y éste sin serlo. Fue cosa de devoción, nos lo explica el propio obispo en su edificante Diario: "El rosario lo llevo como escapulario noche y día, que lo llevo como cadena de mi pectoral; que duermo siempre con él, entrelazado en muñeca y mano derecha."


Octubre, mes del Rosario (I)


No sabría decirle al querido lector si la costumbre estaba más o menos extendida, pero desde luego era bien hermosa. Me estoy refiriendo a los prelados dominicos, que sustituían el crucicordio o la cadena del pectoral por un rosario.

Fray Juan María Riera Moscoso (1866-1915) que además de bordarse cruces en el fajín tenía un original bonete de brocado.

Fray Albino González y Menéndez-Reigada (1881-1958).



martes, 17 de enero de 2012

La fiesta de San Antón en Roma



No hace tanto que los hombres de Occidente tenían una necesidad directa del animal en su vida cotidiana, del caballo o la mula para viajar, de la abeja para iluminar, del buey para transportar mercancía, de la paloma para comunicarse o del asno para arar o moler. Y aunque aún requiere de los animales para abrigarse o alimentarse, lo cierto es que la aparición del motor de explosión y la electricidad nos han llevado a prescindir de muchas de aquellas bestias del campo que Dios creó para que estuvieran a nuestro servicio. De hecho, buena parte de los hombres de nuestro tiempo podrá pasar su vida sin contacto alguno con los animales o, como mucho, mantendrá uno de los llamados domésticos, que le ocupará cierto tiempo de su ocio diario y le creará esa ficción de compañía que tantas personas en soledad agradecen.

Bartolomeo Pinelli. Bendición de los animales en San Antonio Abad. Roma, 1831

Parece evidente, por tanto, que estos cambios, junto con el menguar de la fe, estén en la raíz misma de la decadencia de la fiesta que hoy celebramos, la del santo eremita Antón, que se mantiene más por el interés de algunos sacerdotes que por el solícito deseo de los ganaderos y criadores, y generalmente reducida a unos pocos gatitos, periquitos, canarios y perritos, donde no se ha convertido ya en un simple concurso popular de especies. Pero no siempre fue así, cuando del esfuerzo y rendimiento del animal dependía la vida del hombre, y éste a su vez creía con fe firme que una bendición sobre aquellos los protegía y fortalecía, era frecuente que tal día como hoy se acudiese a la iglesia de cada pueblo y ciudad a bendecir los animales que aseguraban el sustento diario. Ahí están en el Rituale Romanum las bendiciones previstas para aves, abejas, ovejas, gusanos de seda, vacas, caballos, etc. que dan fe de ello.

Jean Baptiste Thomas. Bendición de los animales en San Antonio Abad. Roma, 1823.

Célebre fue la fiesta de san Antón en Roma que, si bien se iniciaba el 17 de enero, duraba varios días más por la enorme afluencia de quienes deseaban que sus bestias de tiro, sus corceles y el resto de animales recibieran una bendición. Goethe, en su Viaje a Roma de 1787 parecía asustado del tumulto que aquello provocaba y hasta maravillado de que fueran objeto de la bendición "incluso los asnos y los animales cornudos", lo que denota cierta incomprensión por parte del romántico alemán de la historia sagrada y la idiosincrasia católica, pues precisamente éstos debieron de ser los primeros animales que bendeciría Nuestro Señor desde su pesebre. Entonces, la bendición acontecía lógicamente en la iglesia de San Antonio Abad del Esquilino, si bien algunos miembros del patriciado romano fueron progresivamente requiriendo la celebración de funciones reservadas para sus cuadras en otros templos, lo que provocó la queja del clero de San Antonio, y la consecuente prohibición explícita de hacerlo en 1831, incluso con advertencia de suspensión a divinis a los sacerdotes que se prestaran a ello.

Wilhelm Mastrand. Bendición de los animales en San Antonio Abad. Roma, 1838.   

Allí en San Antonio se mantuvo la bendición del 17 de enero hasta principios del siglo XX, cuando fueron elocuentemente desplazados a San Eusebio por entorpecer los animales el incipiente tráfico de automóviles. De la fiesta de San Antón en el sagrato de este templo de San Eusebio en 1931 conserva el Fondo Giordani estas curiosas fotografías de la bendición de unos elefantes, que espero sean del gusto del querido lector, del que me despido hasta el próximo artículo.