(Imágenes insólitas de la vieja España católica VI)
En cierto modo como continuación del artículo anterior, por compartir la misma procedencia geográfica, y siempre con la ayuda de quien con empeño nos las buscó y rebuscó en
CyR, traemos aquí estas fotografías, cargadas del sabor de otra época, que ahora vamos a comentar brevemente. Las de hoy son del Corpus de San Sebastián de 1921, otros artículos tratarán próximamente de esta misma procesión en Irún y Arriaga.
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Este tipo de palios rígidos y aparatosos, de corte francés y decimonónico no son muy frecuentes en España, si bien vemos en ésta y otras imágenes que gozaron de notable popularidad en el País Vasco. Otros detalles dignos de mención serían las pértigas de los caperos, de considerabilísima dimensión; o los ¡ay! guantes de los ceroferarios, que no todos los abusos litúrgicos los trajo el Concilio. Y fíjese, querido lector, en los balcones adornados con esa característica tela de bandera que se compra por metros, las yerbas aromáticas por el suelo, o los viandantes puestos de hinojos, signos externos que ponen de manifiesto el amor inmenso por la Sagrada Eucaristía de estos fieles vascos de fe bien arraigada. |
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La procesión ha avanzado y nuestro fotógrafo no se ha movido un paso, ahora vemos en primer plano al capero que antes quedaba detrás y yo diría que ese bonete ha de ir provisto de barbuquejo o similar, porque el sacerdote parece llevarlo colgado de la mano derecha. No se pierdan el monaguillo con la umbela plegada, lo cual me resulta tremendamente interesante al ser esa suerte de parasol litúrgico tan desconocida por mi tierra. Claro que nuestros palios no son rígidos y se meten por cualquier parte haciendo innecesaria esta sombrilla en la mayoría de los casos, pero éste...
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Un altar callejero con la imagen del Sagrado Corazón para una estación con el Santísimo. El joven turiferario, de rizadísima sobrepelliz, lleva además rígido cuello romano y vaya si se le da bien lo de los sahumerios, menuda humareda. |
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Una vista más cercana de lo anterior. La belleza de los ornamentos sagrados es notable. Comprobamos ese amor a Dios que se manifiesta en los pequeños detalles, como las 24 velas que iluminan a Su Divina Magestad, que si bien preceptivas eran sólo doce, los tratados siempre defendían que mientras más, mejor, que a Dios no se le escatiman honores. Y el monaguillo que hace pareja al de antes, que a punto ha estado de propiciarnos un ictus con el incensario.
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