Otra preterita y significativa particularidad del traje coral prelaticio de corte hispano fue la que afectó a la forma de su bonete. Este característico cubrecabezas eclesiástico que completa el traje coral y que nuestros obispos y arzobispos hoy nunca saben si llevar puesto, pasearlo en mano, dejarlo en palacio o ni siquiera comprarse, fue hasta hace poco más de un siglo netamente distinto en España del usado en el resto del Orbe católico, donde el rígido y cuadrado bonete romano había ido fagocitando las distintas particularidades nacionales, que apenas quedaron limitadas al número de sus crestas, tres o cuatro, y que suponía el último estadio evolutivo del mórbido bonete medieval.
Más semejante a este último es el que usan los clérigos hispanos, que hoy nos sirve para imaginar cómo fue hasta hace poco más de un siglo el de nuestros obispos y arzobispos, que se mostraban orgullosos de sus tradicionales bonetes redondos, rígidos y de picos, prácticamente fosilizados en su forma desde el siglo XVI. Eran en todo semejantes a los de cualquier clérigo, salvo en el color de su borla pues, a excepción de los cardenales, que siempre lo han recibido de Roma -y de forma romana- de aquel bello color rojo púrpura que evoca la sangre de los mártires, el resto de la prelatura y clericatura siempre lo tuvo negro. Claro que hubo usos y abusos, por ello se pueden ver cuadros de prelados, sobre todo en la Nueva España, con bonetes hispanos de color morado, ceniza o añil. La práctica general marcaba que la borla fuese morada en el caso de los obispos, más los prelados españoles la llevaban mayoritariamente verde, color episcopal. Reminiscencia de aquel uso de bonetes negros con borla verde por parte de nuestros obispos y arzobispos es la pervivencia mayoritaria de idénticos cubrecabezas como parte del traje de coro de los cabildos catedralicios españoles, que siempre trataron de emular en forma y color a los capisayos y capas episcopales.
Sin embargo, frente a aquellas particularidades del traje coral prelaticio de corte hispano que ya vimos que pervivieron hasta mediados de la pasada centuria, el bonete español murió al mismo tiempo que lo hacía el siglo XIX. La presencia en Roma de un buen grupo de prelados españoles durante el Concilio Vaticano I propició la paulatina introducción del modelo romano en España, probablemente ya con borla morada en muchos casos, lo que dejaría abonado el terreno para que con la Praeclaro Divinae Gratiae de tres de febrero de 1898 de León XIII, que obligó a todos los obispos a cambiar muy gustosamente el bonete negro por el morado, se terminase por extinguir la variante episcopal del modelo español.
Ilustran el artículo de arriba abajo: Retrato pictórico de don José Flórez Osorio, obispo de Cuenca entre los años 1738 y 1759; don Pedro Casas Souto, obispo de Plasencia entre 1875 y 1906; y don León Federico Aneiros, que rigió el arzobispado de Buenos Aires desde 1870 a 1894, primero como administrador siendo obispo titular de Aulón y luego como su segundo arzobispo. Del mismo también se muestra, orante, sobre su propia tumba.
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