Ante el enorme desconcierto y la tristeza profunda que nos causó la renuncia del Santo Padre, un sacerdote amigo de este blog nos escribió unas líneas que al ayudarnos a comprender tan insólita decisión nos han sosegado y reconfortado. Convencido del bien que su lectura puede hacerle al querido lector, las reproducimos a continuación.
Todo el mundo anda triste y no lo entiendo. El Santo Padre está exhausto y sencillamente no puede cumplir con las onerosísimas obligaciones de su augusto ministerio. Las opciones son pocas:
1) Reducir al mínimo y de manera drástica su presencia pública, así como las audiencias y reuniones privadas. Sería insostenible y dañino, habida cuenta de que la reducción se incrementaría inevitablemente con el paso del tiempo, de manera que en unos meses el papa no haría absolutamente nada. Y con los buenos cuidados y la medicina moderna, esa intolerable situación podría mantenerse tres años o más, con lo que la Iglesia sería gobernada por los eunucos de palacio.
2) Seguir como hasta ahora, desmoronarse rápidamente y morirse en un año, dejando a la Iglesia expectante y alarmada tras un clima de desgobierno y de fin de pontificado que siempre genera intenso malestar y augura infaliblemente la elección de un candidato completamente distinto, como fue el caso de Pío XII, cuya decadencia de los dos últimos años de vida exasperó en grado sumo al colegio cardenalicio y a la Curia, predisponiendo al crispado y rabioso personal a que se eligiera un papa lo más opuesto a Pacelli que se pudo encontrar, preparando así el terreno para el dichoso aggiornamento. Comprendo que podría traerse a colación para rebatir mi tesis el caso de Juan Pablo II, pero respondo diciendo que ese hombre excepcional dejó una impronta tal que habría sido desaconsejable elegir a un sucesor que no honrara su memoria y continuase su legado. Desengañémonos, ése no es el caso de Benedicto XVI, a quien le falta el extraordinario carisma público, los logros espectaculares, el larguísimo y popular pontificado, así como la circunstancia eclesial y sociopolítica de Juan Pablo II. El papa alemán entró con mal pie (nazi, inquisidor, tímido, profesor, zapatos de Prada y la ya sabida retahíla de infamias), anduvo en terreno minado (los espantosos escándalos, clero y religiosos contestatarios, crisis económica, laicismo y anticlericalismo rampantes, Obama, Williamson, el mayordomo hideputa, aborto-contracepción-maricomio y demás abominaciones birlibirlocadas en derechos inalienables) y, a pesar de su trayectoria impecable, se le achaca en muchos círculos clericales de influencia la culpa de todos los males por no haber sabido o querido contemporizar.
3) Renunciar a su cargo, haciendo tabula rasa de los muchos problemas cuya responsabilidad injustamente se le ha endosado, y en cierto modo aceptando ser la víctima expiatoria, promoviendo así una atmósfera de grato y amable recuerdo, abriendo el paso a un nuevo pontífice que no será elegido sin tener en cuenta que Ratzinger está vivo, lo que evitará que nos salga un papa de línea opuesta a la suya, algo que sería casi inevitable en los otros dos casos descritos. Vayamos aún más lejos: el nuevo papa no podrá deshacer lo que ha hecho su predecesor mientras éste siga vivo y silencioso pero tremendamente presente dentro de los muros vaticanos. Llámenlo psicología, cortesía, deferencia, respeto o lo que sea, pero así es y así será.
Por lo tanto, les invito a que celebremos, recemos y confiemos.